Portal de IVÁN DE JESÚS GUZMÁN LÓPEZ
(En construcción ...)
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Contenido:
1.- PERIODISMO AUTÉNTICO. Raúl E. Tamayo Gaviria.
2.- JAIME SIERRA GARCÍA. UNA VIDA PARA LAS LETRAS
3.- LETRAS DEL JARDÍN DE LA INFANCIA. (A propósito de la Cartilla Charry , Libro 1°)
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PERIODISMO AUTÉNTICO. Raúl E. Tamayo Gaviria
Iván de J. Guzmán López, Columnista.
Iván de J. Guzmán López, Columnista.
“Todo aquello que resulta ser grandioso
e inspirador es creado por individuos
que pueden trabajar en libertad”
Albert Einstein
Puedo afirmar, sin caer en infundios, zalemas o exageraciones, que Raúl E. Tamayo Gaviria es uno de los grandes columnistas colombianos de los últimos 30 años. Su éxito se explica fácilmente: Raúl no ha sido, no es, y, seguramente, nunca será un periodista de escritorio.
El aserto anterior lo sustenta, con innegable eficiencia, la siguiente anécdota que –de contera- ilustra el nacimiento del periodismo moderno:
El 10 de mayo de 1883, luego de un largo viaje de San Louis, Missouri, a New York, Joseph Pulitzer firmó la compra del periódico The World. Quería hacer periodismo “vivo” en la gran urbe, al estilo de como lo hacía desde el provinciano San Louis Post Dispatch. Tras recorrer el periódico, reunió a todos y cada uno de los redactores y les ordenó salir a las calles de New York, recorrerlas, escuchar historias, oír a las gentes y, de regreso, escribir relatos y sápidas crónicas capaces de mostrar un periodismo vivo. Fue el éxito total.
Raúl ha salido desde siempre a recorrer las calles de la ciudad, a caminar sus barrios, a “vivir” los pueblos y a palpitar con sus gentes. Desde el más humilde de los paisanos, hasta el más encumbrado de los ciudadanos (incluidos presidentes, gobernadores, alcaldes, empresarios, periodista, entre muchos otros especímenes) a disfrutado alguna vez de su oído atento y su conversación amena, ligera o certera, según el contertulio, la circunstancia, la situación, el espacio, o la intensidad de la “tenida” del momento.
Como otrora lo hicieran en Europa los hermanos Jacobo y Guillermo Grimm, Charles Perrault, Charles Dickens o León Tolstoi; Tomás Carrasquilla, Jesús del Corral, Efe Gómez, Jorge Franco Vélez y muchos otros en Colombia, Raúl recorrió pueblos, vadeó quebradas y amaneció en campos, con lo cual consiguió una visión clara de la vida del pueblo, nutrió su pluma y perpetuó su estilo:
Historias de fantasmas hechizaron su alma de niño en Sopetrán; cuentos y anécdotas llenaron su espíritu en una hermosa calle empedrada o en una gran casona “con puertas de postigos y ventanas arrodilladas de balaustre” de su querida Santa Fe; San Jerónimo le vio pasar con aire soñador; Sabanalarga y Liborina acogieron con afecto sus primeros escarceos políticos; Uramita lo conoció altivo en sus derechos (los de Uramita); sembró sueños en Mutatá, y hasta Peque le formó el carácter, bajo el padecimiento de un “socio” guasón y visceral. Vidas y hechos de Antioquia y de Colombia – últimamente del mundo- han tomado vida y vuelo alto en la pluma libérrima de Raúl.
La anécdota precisa, adobada de un fino humor –tan peligroso en literatura porque mal manejado bordea el límite de la ramplonería– se convierte en el campo preciso donde el articulista prepara sus mejores dardos para dar sobre seguro en el blanco de turno: un hecho doloso, los pasos delictivos de un politicastro enchufado, o el proceder oscuro de un gobernante gárrula y contumaz.
Estos dardos le han prodigado una buena cosecha de malquerientes, listos a denostarlo con rabia y virulencia. Ayuda a lo anterior (hay que decirlo, porque Raúl, no obstante piadoso, de santo no tiene mucho), su fuerte carácter que sube como la espuma en fracción de segundos, pero que, por fortuna, igual baja rápidamente. ¡Vaya si lo sabe el articulista!
Raúl E. Tamayo Gaviria, pinta de caballero decimonónico, antioqueño raizal, sopetranero amante, amigo generoso, maestro de la anécdota y el chascarrillo, columnista certero y firme, periodista de principios, presenta a nuestra consideración este segundo volumen de su “Jus Gentium” en forma pulcra y responsable, más como una muestra de afecto a sus incontables lectores, que como un mero acto de vanidad o un simple resumen de sus 32 años de periodismo. – Y periodismo del bueno -.
Juzgue usted, amable lector. Mi modesta visión periodística y literaria ya juzgó. ¡Y qué bien librado salió nuestro ilustre calentano de Sopetrán!
Iván de J. Guzmán López, Columnista.
Medellín, noviembre de 2007
Medellín, noviembre de 2007
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Fotografía de Raúl: http://www.elcolombiano.com/BancoMedios/Imagenes/168034045.jpg
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JAIME SIERRA GARCÍA
UNA VIDA PARA LAS LETRAS
Por Iván de J. Guzmán López , iguzman2007@une.net.co
“Saber leer es poder andar;
saber escribir es poder trascender”
José Martí
Hace poco, tras una paciente labor de cuidadosa investigación, el profesor Jorge Alberto Naranjo reconstruyó el diario de lecturas de don Tomás Carrasquilla, en un esfuerzo por demostrar que la cultura del Maestro se forjó tras mucho leer a los clásicos y a los grandes escritores de su época, lo que indudablemente le sirvió para tallar personajes, hechos y situaciones con la maestría de Chejov, Dostoievski o Rulfo, y convertirse en el pionero de la novela histórica en América.
Cuando se visita la sala Jaime Sierra García, de la biblioteca Carlos Castro Saavedra http://www.ucc.edu.co/medellin/biblioteca.php , perteneciente a la Universidad Cooperativa de Colombia http://www.ucc.edu.co/medellin/ , en Medellín, puede uno explicarse fácilmente de dónde proviene la vena humanística que el doctor Sierra García demostró en sus obras y –lo más importante- en su forma de pensar y de actuar.
En una bien iluminada y pulcra sala de 187 metros cuadrados, encontramos trece mil volúmenes, catalogados y organizados acorde al sistema decimal de J. Dewey. La colección fue entregada en donación a la Universidad en el año de 2004 y desde entonces está abierta a la consulta de la comunidad universitaria, en especial para los estudiantes de derecho, economía, historia, ciencias políticas, educación y literatura, ciencias estas que amó y cultivó con esmero y dedicación a lo largo de su vida. Obras bellas, fundamentales, y aún de difícil consecución en nuestro medio hacen parte de la colección que, en vida, tenía en su oficina – biblioteca del edificio Furatena.
Podemos encontrar:
Historia de la literatura de Francia; las obras completas de Balzac, Moliére, Dumas, Paul Verlaine, Cervantes, Quevedo (prosa y verso), Ortega y Gasset, Rómulo Gallegos, José Enrique Rodó, Bertrand Russell, Tomás Carrasquilla y Rafael Arango Villegas, entre otros. Poetas inmortales de Antioquia; 2 tomos de poesía inédita de Rafael Pombo; la siempre recordada colección Biblioteca Colombiana de Cultura, colección popular del Instituto Colombiano de Cultura, que dirigió el poeta Jorge Rojas; Risaralda y Diccionario de emociones, del caldense Bernardo Arias Trujillo; El estudiante de la mesa redonda, de Germán Arciniegas; Andágueda y Café exasperación, de Jesús Botero Restrepo; Bobadas mías, de Rafael Arango Villegas; el inolvidable Ají Pique y Epístolas y estampas del ingenioso hidalgo don Antonio José Restrepo, compiladas por el decimonónico corrector de pruebas de la ya extinta Editorial Bedout, don Benigno A. Gutiérrez, en su edición original; tradiciones peruanas, de Ricardo Palma; Sueños de Luciano Pulgar, de don Marco Fidel Suárez.
En materia política, están las Obras Completas de Laureano Gómez; las Obras Selectas, de Gilberto Alzate Avendaño; Colombia S.A., de Antonio García; Páginas escogidas, de su humanista de cabecera Luis López de Mesa; Grandes oradores colombianos, de Antonio Cruz y varios centenares de títulos en otras áreas, hasta completar los trece mil volúmenes citados.
Nacido en Medellín en 1932, el abogado, profesor universitario, historiógrafo, folclorólogo, investigador y escritor Jaime Sierra García fue Juez Municipal en Sopetrán, Santa Bárbara y Santo Domingo; fiscal del Contencioso Administrativo, gobernador de Antioquia entre 1976 y 1978, diputado a la Asamblea de Antioquia y Representante a la Cámara.
Con claro pensamiento social e ideas progresistas, para la época, hizo parte del Movimiento Revolucionario Liberal, MRL, en los primeros años de la década del 60, siendo elegido diputado por Antioquia sosteniendo las tesis de Alfonso López Michelsen contenidas en el histórico SETTT: Salud, educación, techo, tierra y trabajo; en 1964 fue elegido miembro de la Cámara de Representantes; diputado nuevamente en los periodos 1968 y 1972, defendiendo las ideas del MRL, el pensamiento de Antonio García, Diego Montaña Cuéllar y Gerardo Molina.
En 1976 fue designado gobernador de Antioquia por el entonces presidente de Colombia, Alfonso López Michelsen, siendo un mandato orientado a la educación y a lo social.
Esta larga experiencia política lo habilitó para escribir obras como: Latinoamérica. Ensayo sociológico (1962); Colombia, realidad y destino (1968), Economía política (1973), Nociones de filosofía del derecho (1973), Antioquia: pasado y futuro (1980), Cronología antioqueña (1982); Antonio García, una vía socialista latinoamericana (1983), Hombres e ideas (1985).
No obstante sus méritos políticos, siempre se reconoció en su esencia: la del maestro. Fue fundador, presidente y profesor de la Universidad Autónoma Latinoamericana http://www.unaula.edu.co/ ; cofundador de la Universidad de Medellín, catedrático de la Universidad de Antioquia y consagrado educador de la Universidad Cooperativa de Colombia.
La música clásica, la popular y el tango acompañaron a la lectura, la investigación y la escritura, como sus pasiones preferidas. De su mano ubérrima, su agudo análisis y su propósito de singularizar el acervo léxico de la cultura antioqueña, salieron obras tan bellas como el Diccionario folklórico de Antioquia (1983), El refrán antioqueño en los clásicos (1990), La mitología antioqueña y la defensa del medio ambiente (1994), El refranero antioqueño (1994) y el Anecdotario antioqueño (1995), en los que demostraba a cabalidad el pensamiento del Padre de la literatura rusa, León Tolstoi, cuando decía que el camino más corto para llegar a lo universal es empezar por lo local; o el famoso “pinta tu aldea y pintarás el mundo”, que citaba el Maestro Carrasquilla cuando aleccionaba a escritores en ciernes.
Sociólogo, historiador, lingüista, escritor castizo y abogado, fue autor de 33 artículos publicados en revistas universitarias, todos reseñados por la biblioteca Carlos Castro Saavedra, donde se desarrollan temas como la industria antioqueña, el petróleo, los comuneros, la violencia política, las culturas prehistóricas, la arriería, la botánica, el léxico regional, la genealogía, los partidos políticos, el refrán, la anécdota, la educación, Bolívar, Santander, José Asunción Silva, Antonio García, entre otros.
Su amor por la tierra nativa lo llevaba a degustar el lenguaje antioqueño y a lucir en la solapa el mapa en oro de Antioquia, galardón que recibiera como gobernador. Toda expresión, refrán, dicho, chascarrillo, anécdota, apunte pintoresco o curiosidad lingüística era anotada con el afán y el cuidado de quien hace un descubrimiento fantástico y lo usaba luego en forma oportuna y precisa para adobar una conversación, ahondar en un discurso algo irónico o romper el aire tenso de un debate. Prueba de ello es su gracioso y bien editado Diccionario Folklórico de Antioquia, donde trata con generosidad términos como Antioquia, antioqueño, trapiche y aguardiente. Estos últimos los ilustra con sápidas adivinanzas como:
“Arriba coposo, abajo aguanoso,
traque que traque y escandaloso”.
O el hermoso bambuco de Jorge Molina Cano y Tartarín Moreira, llamado Dolor sin nombre:
Ya el trapiche no muele y la rueca no hila
UNA VIDA PARA LAS LETRAS
Por Iván de J. Guzmán López , iguzman2007@une.net.co
“Saber leer es poder andar;
saber escribir es poder trascender”
José Martí
Hace poco, tras una paciente labor de cuidadosa investigación, el profesor Jorge Alberto Naranjo reconstruyó el diario de lecturas de don Tomás Carrasquilla, en un esfuerzo por demostrar que la cultura del Maestro se forjó tras mucho leer a los clásicos y a los grandes escritores de su época, lo que indudablemente le sirvió para tallar personajes, hechos y situaciones con la maestría de Chejov, Dostoievski o Rulfo, y convertirse en el pionero de la novela histórica en América.
Cuando se visita la sala Jaime Sierra García, de la biblioteca Carlos Castro Saavedra http://www.ucc.edu.co/medellin/biblioteca.php , perteneciente a la Universidad Cooperativa de Colombia http://www.ucc.edu.co/medellin/ , en Medellín, puede uno explicarse fácilmente de dónde proviene la vena humanística que el doctor Sierra García demostró en sus obras y –lo más importante- en su forma de pensar y de actuar.
En una bien iluminada y pulcra sala de 187 metros cuadrados, encontramos trece mil volúmenes, catalogados y organizados acorde al sistema decimal de J. Dewey. La colección fue entregada en donación a la Universidad en el año de 2004 y desde entonces está abierta a la consulta de la comunidad universitaria, en especial para los estudiantes de derecho, economía, historia, ciencias políticas, educación y literatura, ciencias estas que amó y cultivó con esmero y dedicación a lo largo de su vida. Obras bellas, fundamentales, y aún de difícil consecución en nuestro medio hacen parte de la colección que, en vida, tenía en su oficina – biblioteca del edificio Furatena.
Podemos encontrar:
Historia de la literatura de Francia; las obras completas de Balzac, Moliére, Dumas, Paul Verlaine, Cervantes, Quevedo (prosa y verso), Ortega y Gasset, Rómulo Gallegos, José Enrique Rodó, Bertrand Russell, Tomás Carrasquilla y Rafael Arango Villegas, entre otros. Poetas inmortales de Antioquia; 2 tomos de poesía inédita de Rafael Pombo; la siempre recordada colección Biblioteca Colombiana de Cultura, colección popular del Instituto Colombiano de Cultura, que dirigió el poeta Jorge Rojas; Risaralda y Diccionario de emociones, del caldense Bernardo Arias Trujillo; El estudiante de la mesa redonda, de Germán Arciniegas; Andágueda y Café exasperación, de Jesús Botero Restrepo; Bobadas mías, de Rafael Arango Villegas; el inolvidable Ají Pique y Epístolas y estampas del ingenioso hidalgo don Antonio José Restrepo, compiladas por el decimonónico corrector de pruebas de la ya extinta Editorial Bedout, don Benigno A. Gutiérrez, en su edición original; tradiciones peruanas, de Ricardo Palma; Sueños de Luciano Pulgar, de don Marco Fidel Suárez.
En materia política, están las Obras Completas de Laureano Gómez; las Obras Selectas, de Gilberto Alzate Avendaño; Colombia S.A., de Antonio García; Páginas escogidas, de su humanista de cabecera Luis López de Mesa; Grandes oradores colombianos, de Antonio Cruz y varios centenares de títulos en otras áreas, hasta completar los trece mil volúmenes citados.
Nacido en Medellín en 1932, el abogado, profesor universitario, historiógrafo, folclorólogo, investigador y escritor Jaime Sierra García fue Juez Municipal en Sopetrán, Santa Bárbara y Santo Domingo; fiscal del Contencioso Administrativo, gobernador de Antioquia entre 1976 y 1978, diputado a la Asamblea de Antioquia y Representante a la Cámara.
Con claro pensamiento social e ideas progresistas, para la época, hizo parte del Movimiento Revolucionario Liberal, MRL, en los primeros años de la década del 60, siendo elegido diputado por Antioquia sosteniendo las tesis de Alfonso López Michelsen contenidas en el histórico SETTT: Salud, educación, techo, tierra y trabajo; en 1964 fue elegido miembro de la Cámara de Representantes; diputado nuevamente en los periodos 1968 y 1972, defendiendo las ideas del MRL, el pensamiento de Antonio García, Diego Montaña Cuéllar y Gerardo Molina.
En 1976 fue designado gobernador de Antioquia por el entonces presidente de Colombia, Alfonso López Michelsen, siendo un mandato orientado a la educación y a lo social.
Esta larga experiencia política lo habilitó para escribir obras como: Latinoamérica. Ensayo sociológico (1962); Colombia, realidad y destino (1968), Economía política (1973), Nociones de filosofía del derecho (1973), Antioquia: pasado y futuro (1980), Cronología antioqueña (1982); Antonio García, una vía socialista latinoamericana (1983), Hombres e ideas (1985).
No obstante sus méritos políticos, siempre se reconoció en su esencia: la del maestro. Fue fundador, presidente y profesor de la Universidad Autónoma Latinoamericana http://www.unaula.edu.co/ ; cofundador de la Universidad de Medellín, catedrático de la Universidad de Antioquia y consagrado educador de la Universidad Cooperativa de Colombia.
La música clásica, la popular y el tango acompañaron a la lectura, la investigación y la escritura, como sus pasiones preferidas. De su mano ubérrima, su agudo análisis y su propósito de singularizar el acervo léxico de la cultura antioqueña, salieron obras tan bellas como el Diccionario folklórico de Antioquia (1983), El refrán antioqueño en los clásicos (1990), La mitología antioqueña y la defensa del medio ambiente (1994), El refranero antioqueño (1994) y el Anecdotario antioqueño (1995), en los que demostraba a cabalidad el pensamiento del Padre de la literatura rusa, León Tolstoi, cuando decía que el camino más corto para llegar a lo universal es empezar por lo local; o el famoso “pinta tu aldea y pintarás el mundo”, que citaba el Maestro Carrasquilla cuando aleccionaba a escritores en ciernes.
Sociólogo, historiador, lingüista, escritor castizo y abogado, fue autor de 33 artículos publicados en revistas universitarias, todos reseñados por la biblioteca Carlos Castro Saavedra, donde se desarrollan temas como la industria antioqueña, el petróleo, los comuneros, la violencia política, las culturas prehistóricas, la arriería, la botánica, el léxico regional, la genealogía, los partidos políticos, el refrán, la anécdota, la educación, Bolívar, Santander, José Asunción Silva, Antonio García, entre otros.
Su amor por la tierra nativa lo llevaba a degustar el lenguaje antioqueño y a lucir en la solapa el mapa en oro de Antioquia, galardón que recibiera como gobernador. Toda expresión, refrán, dicho, chascarrillo, anécdota, apunte pintoresco o curiosidad lingüística era anotada con el afán y el cuidado de quien hace un descubrimiento fantástico y lo usaba luego en forma oportuna y precisa para adobar una conversación, ahondar en un discurso algo irónico o romper el aire tenso de un debate. Prueba de ello es su gracioso y bien editado Diccionario Folklórico de Antioquia, donde trata con generosidad términos como Antioquia, antioqueño, trapiche y aguardiente. Estos últimos los ilustra con sápidas adivinanzas como:
“Arriba coposo, abajo aguanoso,
traque que traque y escandaloso”.
O el hermoso bambuco de Jorge Molina Cano y Tartarín Moreira, llamado Dolor sin nombre:
Ya el trapiche no muele y la rueca no hila
y yo vivo llorando porque no vienes,
ya el trapiche no muele y la rueca no hila.
.
La rueca, el trapiche y la siempreviva
hilan silencio y lágrimas por tu ausencia
y por el caminito voy llorando mi pena.
.
Ya mi vida se llena de una inmensa tristeza
y es porque ya el trapiche no canta y muele
y está inmóvil la rueca.
.
Allá en el caminito por donde iba,
allí nacen la rosa y la siempreviva,
ya el trapiche no muele y la rueca no hila.
Sobre el bendito aguardiente cita dos de las famosas Décimas al aguardiente, de Diego Calle Restrepo, escrito cuando éste era estudiante en los Estados Unidos:
Mi querido amigo Luis:
hace seis meses cumplidos
que aquí en Estados Unidos
suspiro por un anís;
porque en este gran país
por espantosa ironía
cualquier cosa se hallaría
que la fantasía invente,
pero un trago de aguardiente
¡nunca se conseguiría!
¡Qué dolor, qué desencanto!
Me tienen el alma presa
unos Andes de tristeza
y un Magdalena de llanto.
Fuera menor mi quebranto
y mi mal menos doliente
si tuviera el aliciente
que es propio de los varones:
un farallón de limones
y un Atrato de aguardiente.
Por su delicioso Anecdotario antioqueño desfilan figuras como Luis López de Mesa, Tartarín Moreira, Alfonso López Michelsen, Tomás Carrasquilla, León de Greiff, entre muchos otros. Sobre el poeta de Greiff cita la siguiente anécdota, que denominó, Bautizo:
Sobre el bendito aguardiente cita dos de las famosas Décimas al aguardiente, de Diego Calle Restrepo, escrito cuando éste era estudiante en los Estados Unidos:
Mi querido amigo Luis:
hace seis meses cumplidos
que aquí en Estados Unidos
suspiro por un anís;
porque en este gran país
por espantosa ironía
cualquier cosa se hallaría
que la fantasía invente,
pero un trago de aguardiente
¡nunca se conseguiría!
¡Qué dolor, qué desencanto!
Me tienen el alma presa
unos Andes de tristeza
y un Magdalena de llanto.
Fuera menor mi quebranto
y mi mal menos doliente
si tuviera el aliciente
que es propio de los varones:
un farallón de limones
y un Atrato de aguardiente.
Por su delicioso Anecdotario antioqueño desfilan figuras como Luis López de Mesa, Tartarín Moreira, Alfonso López Michelsen, Tomás Carrasquilla, León de Greiff, entre muchos otros. Sobre el poeta de Greiff cita la siguiente anécdota, que denominó, Bautizo:
En una entrevista que hiciera el doctor Jaime Sanín Echeverry al ilustre poeta León de Greiff, al preguntarle por su bautizo, obtuvo la siguiente respuesta: “Me bautizaron en la parroquia de la Veracruz de Medellín”. Cuando mi papá dijo que mi nombre era León, el cura le observó que era nombre de animal y por consiguiente impropio para el niño. Don Luis de Greiff le repuso: “Animal es usted. No sabe que el papa de ustedes los católicos es León XIII”. El nombre seleccionado para el ilustre bardo antioqueño fue en honor de León Tolstoi.
Otra anécdota fue aquella que me tocó en suerte presenciar una noche de octubre, siendo yo un estudiante pueblerino de noveno grado y él gobernador de Antioquia, en 1976:
Se había anunciado que el gobernador de Antioquia llegaría a las tres de la tarde a Liborina. Como era costumbre en los municipios, por esas calendas, ante la llegada de un personaje importante, todo el pueblo se volcaba a la calle principal y los estudiantes, ante la mirada severa de los maestros, guardábamos una formación impecable. Las horas fueron pasando ante la inquietud y el cansancio de todos, hasta que a las seis de la tarde se dio orden de “romper filas”, porque “ya el gobernador no llega”. Como yo quería conocer en persona al señor gobernador y abrigaba la esperanza de su llegada, me encaminé hasta el kiosco de la plaza (tradicional por entonces en los pueblos de Antioquia), observando que mientras pasaba el tiempo, el alcalde –acompañado de varios empleados- manifestaba su enojo con voces salidas de tono. A las nueve de la noche alguien rompió la vocinglería, diciendo: ¡Llegó el gobernador! ¡Llegó el gobernador! El alcalde se volvió como tocado por un rayo. Apareció la figura delgada, baja y discreta del doctor Sierra, y, sin darle tiempo a que saludara, el alcalde, animado en exceso por la abundante toma de la “transparente bebida espirituosa” (léase aguardiente), lo increpó en forma tajante. “A qué venís a esta hora; devolvete por donde llegates”. El gobernador lo miró sereno, bajó el rostro, y volviéndose hacia su Secretario de Agricultura, le dijo:
“Vámonos, el alcalde tiene razón”. Y partieron silenciosos hacia Medellín. Yo quedé satisfecho porque había conocido al gobernador de Antioquia en persona.
Doce años después, en 1988, siendo él presidente de la Academia Antioqueña de Historia y yo un modesto asistente de diputado, nos volvimos a encontrar en su Academia. Al calor de unos medidos aguardientes y en presencia del gobernador de entonces, el doctor Antonio Roldán Betancur y buena parte de la diputación, le solté, animado por nuestra conversación sobre literatura, y en forma discreta, porque compartíamos mesa, la pregunta que hacía rato me aguijoneaba: “Doctor Jaime, ¿se acuerda cuando lo echó el alcalde de Liborina?” Una sonora carcajada –acompañada de “¿Usted cómo sabe eso?”- fue la respuesta, que sirvió para sellar una amistad inmerecida, que duraría hasta su muerte.
Al doctor Jaime Sierra García lo acompañaba un aire de sosiego y humildad, que siempre me pareció curioso en un medio como el nuestro y en una persona como él, con una producción permanente, demandante y rigurosa. Su sonrisa, que más se le notaba por el brillo de los ojos que por los movimientos mismos del rostro, afloraba cuando, en deliciosos paliques, tocábamos algún tema gracioso, picaresco o raizal. Tuve la fortuna de gozar por mucho tiempo de su amistad franca, dicharachera y plácida –en algunas oportunidades-, y era entonces cuando se le escapaba una discreta carcajada, mínima, si se la compara con la festiva y sonora de su amigo Otto Morales Benítez.
Hacia el final de sus días se notaba algo taciturno, pues era consciente de su enfermedad, y en su mirada pausada parecía repetirme los versos de Juan Ramón Jiménez:
…Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol
y con su pozo blanco.
.
Todas la tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostálgico…
.
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.
Murió el doctor Jaime Sierra García, el doctor Jaime, como solíamos llamarle, el 26 de julio de 2004 en la clínica de la Universidad Pontificia Bolivariana, de Medellín: hasta para su muerte buscó los recintos universitarios que tanto amó y defendió en la vida.
Medellín, septiembre de 2007
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LETRAS DEL JARDÍN DE LA INFANCIA
(A propósito de la Cartilla Charry , Libro 1°)
Por Iván de J. Guzmán López
“Esas flores murieron. Pero ¿has muerto
Tú, fragancia inmortal del alma mía?”
Rafael Pombo.
Que grato es volver, de tarde en tarde, tras la huella de las cosas pasadas, a la patria de la niñez, a la adorada infancia. Cómo no cantar, al vaivén de la nostalgia, apartes de ese precioso poema de nombre “Infancia” que acuñó el corazón del poeta José Asunción Silva, en sus furtivos treinta y un años:
Esos recuerdos con olor de helecho
Son el idilio de la edad primera
G.G.G.
“Con el recuerdo vago de las cosas
que embellecen el tiempo y la distancia,
retornan a las almas cariñosas
cual bandadas de blancas mariposas,
los plácidos recuerdos de la infancia.
¡Caperucita, Barba azul, pequeños
liliputienses, Gulliver gigante,
que flotáis en las brumas de los sueños,
aquí tended las alas,
que yo con alegría
llamaré para haceros compañía
al Ratoncito Pérez y a Urdemalas!
¡Edad feliz! Seguir con vivos ojos
donde la idea brilla,
de la maestra la cansada mano,
sobre los grandes caracteres rojos
de la rota cartilla,
donde el esbozo de un bosquejo vago,
fruto de instantes de infantil despecho,
las separadas letras juntas puso
bajo la sombra de impasible techo”.
Quién puede olvidar su primer abecedario de besos; cómo ignorar las aladas, breves letras, mostrándonos la ruta de la vida. ¿Se puede apartar del corazón ese opúsculo que sabía a madre, que olía a mar, que brotaba pureza? Quién puede olvidar su primera cartilla –la Cartilla Charry, Libro 1°-. Su olor, su color y sus sonidos, me acompañan –y me acompañarán por siempre- en un escrito juguetón de Pombo, o en una afirmación severa de Kierkegaard, Cicerón o Nietzsche.
Las cartillas eran libros bellos, de tapas gruesas, bien encuadernados e impresos y con múltiples ilustraciones, tan iluminadas y tan íntimas, que tenían la virtud de poblar el corazón de ternura y la mente de letras que servían para escribir “papá”, y decir “mi mamá me mima” con un sonido especial, como el que tiene la lluvia cuando el corazón está contristado.
Eran libros –supongo que aún lo son- hechos con el amor de verdaderos artistas y buenos pedagogos que conocían a la perfección la psicología de los niños y se dirigían a su inteligencia, a su imaginación y a su sed de párvulos asomados al mundo.
Veo la Cartilla Charry, Libro 1°, y evoco al instante catorce callejuelas y tres parques de un pueblo llamado Liborina; un sol inagotable y una casona hecha de barro, de juguetes y de risas que era mi escuela. Cómo se alegraría el corazón si tuviera la suficiente inteligencia para decir elogios de mi tierra natal y escribir cómo era de hermosa la escuela que nos abrazaba con ternura cuando éramos niños.
Y qué decir de la maestra –de la joven maestra que me tocó en suerte y que se llamaba luz Ángela- cuando sus finos dedos abrían la cartilla, mientras sus grandes ojos atraían las letras, las palabras, y su voz les daba vida, en un prodigio de apenas segundos: i, iguana, iglesia; u, uva, uña; e, elefante; a, ala, avión; o, oso, ojo.
Ya en casa, la dulce madre se tornaba en maestra, y en sus rodillas firmes continuaba, en horas de indecible ternura y de incontables besos, la inolvidable lección que me llenaba el alma de palabras, de sueños y colores.
La Cartilla Charry, Libro 1° fue para mí como el primer diccionario para Gabo: “fue como asomarme al mundo entero por primera vez”.
A La voz dulce de Luz Ángela, le sucedió la mano paciente de Alberto Mendoza; a la cartilla de primero le siguieron narraciones sencillas, llenas de magia y emoción, y autores sensibles que amaban la literatura: primero fueron los hermanos Grimm, luego Pombo; más tarde el descubrimiento luminoso de Andersen, como una eclosión de ternura y vida; después, Collodi, Carroll, Twain y Eduardo Caballero. Les siguieron Dickens, Oscar Wilde, Selma Lagerloff, Julio Verne, R.L. Stevenson, Henry James, Conan Doyle, Daniel Defoe, Kipling, Rousseau, Fernando González, Chateaubriand, Hugo, Darío, Neruda, Bécquer, Carranza, Aurelio Arturo, Romain Rollan, Dostoievski, Tolstoi, Goethe, Camus, Balzac, Proust y Gabo, entre muchos otros.
Nada como volver a la cartilla primera. Sencilla, hermosa, con ilustraciones tan bellas y palabras tan deslumbrantes que ningún escritor podrá jamás igualar: fue la ventana hecha de luz y de color, abriéndose en forma de palabras para leer el mundo. El mundo nuevo, de ficciones, dolores y alegrías, que desde 1966 -cuando aprendí a leer-, vivo con renovada alegría.
“¡Almas blancas, mejillas sonrosadas, cutis de níveo armiño, cabellera de oro, ojos vivos de plácidas miradas, cuán bello hacéis al inocente niño!” Cómo es de bueno recordarte, cartilla primera de lectura; tenerte de nuevo entre las manos, frente a los ojos, que no se cansan de hacer lo que tanto me enseñaste: leer.
Cuánta razón tenía Borges cuando dijo: “De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro, porque es una extensión de la memoria y de la imaginación”.
Medellín, junio de 2007
LETRAS DEL JARDÍN DE LA INFANCIA
(A propósito de la Cartilla Charry , Libro 1°)
Por Iván de J. Guzmán López
“Esas flores murieron. Pero ¿has muerto
Tú, fragancia inmortal del alma mía?”
Rafael Pombo.
Que grato es volver, de tarde en tarde, tras la huella de las cosas pasadas, a la patria de la niñez, a la adorada infancia. Cómo no cantar, al vaivén de la nostalgia, apartes de ese precioso poema de nombre “Infancia” que acuñó el corazón del poeta José Asunción Silva, en sus furtivos treinta y un años:
Esos recuerdos con olor de helecho
Son el idilio de la edad primera
G.G.G.
“Con el recuerdo vago de las cosas
que embellecen el tiempo y la distancia,
retornan a las almas cariñosas
cual bandadas de blancas mariposas,
los plácidos recuerdos de la infancia.
¡Caperucita, Barba azul, pequeños
liliputienses, Gulliver gigante,
que flotáis en las brumas de los sueños,
aquí tended las alas,
que yo con alegría
llamaré para haceros compañía
al Ratoncito Pérez y a Urdemalas!
¡Edad feliz! Seguir con vivos ojos
donde la idea brilla,
de la maestra la cansada mano,
sobre los grandes caracteres rojos
de la rota cartilla,
donde el esbozo de un bosquejo vago,
fruto de instantes de infantil despecho,
las separadas letras juntas puso
bajo la sombra de impasible techo”.
Quién puede olvidar su primer abecedario de besos; cómo ignorar las aladas, breves letras, mostrándonos la ruta de la vida. ¿Se puede apartar del corazón ese opúsculo que sabía a madre, que olía a mar, que brotaba pureza? Quién puede olvidar su primera cartilla –la Cartilla Charry, Libro 1°-. Su olor, su color y sus sonidos, me acompañan –y me acompañarán por siempre- en un escrito juguetón de Pombo, o en una afirmación severa de Kierkegaard, Cicerón o Nietzsche.
Las cartillas eran libros bellos, de tapas gruesas, bien encuadernados e impresos y con múltiples ilustraciones, tan iluminadas y tan íntimas, que tenían la virtud de poblar el corazón de ternura y la mente de letras que servían para escribir “papá”, y decir “mi mamá me mima” con un sonido especial, como el que tiene la lluvia cuando el corazón está contristado.
Eran libros –supongo que aún lo son- hechos con el amor de verdaderos artistas y buenos pedagogos que conocían a la perfección la psicología de los niños y se dirigían a su inteligencia, a su imaginación y a su sed de párvulos asomados al mundo.
Veo la Cartilla Charry, Libro 1°, y evoco al instante catorce callejuelas y tres parques de un pueblo llamado Liborina; un sol inagotable y una casona hecha de barro, de juguetes y de risas que era mi escuela. Cómo se alegraría el corazón si tuviera la suficiente inteligencia para decir elogios de mi tierra natal y escribir cómo era de hermosa la escuela que nos abrazaba con ternura cuando éramos niños.
Y qué decir de la maestra –de la joven maestra que me tocó en suerte y que se llamaba luz Ángela- cuando sus finos dedos abrían la cartilla, mientras sus grandes ojos atraían las letras, las palabras, y su voz les daba vida, en un prodigio de apenas segundos: i, iguana, iglesia; u, uva, uña; e, elefante; a, ala, avión; o, oso, ojo.
Ya en casa, la dulce madre se tornaba en maestra, y en sus rodillas firmes continuaba, en horas de indecible ternura y de incontables besos, la inolvidable lección que me llenaba el alma de palabras, de sueños y colores.
La Cartilla Charry, Libro 1° fue para mí como el primer diccionario para Gabo: “fue como asomarme al mundo entero por primera vez”.
A La voz dulce de Luz Ángela, le sucedió la mano paciente de Alberto Mendoza; a la cartilla de primero le siguieron narraciones sencillas, llenas de magia y emoción, y autores sensibles que amaban la literatura: primero fueron los hermanos Grimm, luego Pombo; más tarde el descubrimiento luminoso de Andersen, como una eclosión de ternura y vida; después, Collodi, Carroll, Twain y Eduardo Caballero. Les siguieron Dickens, Oscar Wilde, Selma Lagerloff, Julio Verne, R.L. Stevenson, Henry James, Conan Doyle, Daniel Defoe, Kipling, Rousseau, Fernando González, Chateaubriand, Hugo, Darío, Neruda, Bécquer, Carranza, Aurelio Arturo, Romain Rollan, Dostoievski, Tolstoi, Goethe, Camus, Balzac, Proust y Gabo, entre muchos otros.
Nada como volver a la cartilla primera. Sencilla, hermosa, con ilustraciones tan bellas y palabras tan deslumbrantes que ningún escritor podrá jamás igualar: fue la ventana hecha de luz y de color, abriéndose en forma de palabras para leer el mundo. El mundo nuevo, de ficciones, dolores y alegrías, que desde 1966 -cuando aprendí a leer-, vivo con renovada alegría.
“¡Almas blancas, mejillas sonrosadas, cutis de níveo armiño, cabellera de oro, ojos vivos de plácidas miradas, cuán bello hacéis al inocente niño!” Cómo es de bueno recordarte, cartilla primera de lectura; tenerte de nuevo entre las manos, frente a los ojos, que no se cansan de hacer lo que tanto me enseñaste: leer.
Cuánta razón tenía Borges cuando dijo: “De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro, porque es una extensión de la memoria y de la imaginación”.
Medellín, junio de 2007
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